Nunca te gustó.
De todos modos las filas se hacían
amontonándose piernas sin ropa en aquella plaza, de la misma forma que los
recuerdos se amontonaban en su cajón. Y los dejaba oxidar el tiempo. Creo que
ahí recurriste desesperado con los baches desteñidos, la redundancia, y lo
fugaz del momento, al invento de ese artefacto que lograba lo que nadie últimamente
podía hacer sin una memoria firme, pero que terminaría venciendo al final;
congelar recuerdos sin ser oxidados.